sábado, 4 de abril de 2009

Cantos de sirena

Los faros del coche lo deslumbraron un instante y pasaron de largo. Era tarde y no había nadie más en la calle. Caminaba con las manos en los bolsillos y la barbilla protegida por el cuello del abrigo. Sus pasos zigzagueaban ligeramente sobre la acera.

Un ruido a su espalda le indicó que el coche se había detenido. De pronto, su propia sombra comenzó a alargarse lentamente por delante de él. Y cuando parecía que aquel coche iba a volver a rebasarle, fue disminuyendo su velocidad hasta ponerse a su altura. Era un coche de la policía local. Llevaba las sirenas apagadas. Instintivamente comenzó a caminar más lentamente.

―Buenas noches ―dijo una voz desde el asiento del copiloto.
Tanto él como el coche se detuvieron al unísono.

―Buenas noches ―contestó sin sacarse las manos de los bolsillos.

Debían de ser cerca de las cinco de la mañana de un jueves, era diciembre y hacía frío, no era el momento más adecuado para que hubiese alguien caminando por la calle. ¿Qué tenía de raro que la policía le parase? Una cabeza asomó por la ventanilla. Las sombras acentuaban los rasgos de una cara angulosa, joven pero no infantil. Su voz denotaba el respeto indiferente que muestran siempre los falsos formalismos:

―¿Adónde se dirige?

―A mi casa.

La cabeza emitió un gruñido parecido a un suspiro mientras se meneaba de un lado a otro ligeramente.

―¿Y dónde se encuentra su casa?

― Allí ― respondió levantando la mano y señalando con el dedo.― En la calle Pio Baroja, número treinta y siete.― Hizo un esfuerzo por vocalizar correctamente tantas erres seguidas.

Vio que la cabeza se introducía de nuevo en el coche; en la penumbra parecía moverse hacia los lados y hacer gestos afirmativos mientras hablaba con el conductor. Después salió nuevamente y lo miró de los pies a la cabeza.

―¿Ha bebido? ―le preguntó.

―Sí ―contestó inmediatamente. ¿Por qué habría de negarlo? Si se lo preguntaban era porque el otro ya sabía la respuesta. Su pronunciación de las erres le había delatado. De todas formas, no podían decirle nada por andar un poco borracho.

Ninguno de los dos dijo nada más. Él sabía que su papel era únicamente contestar a las preguntas, y la cabeza que asomaba por la ventanilla parecía haberse quedado sin palabras, únicamente dirigía el rostro hacia él, sin que pudieran vérsele los ojos. De pronto, la boca del policía se alargó en una extraña sonrisa horizontal que le afinó los labios. En un acto reflejo él sonrió también.

―Vengo de una fiesta en casa de un amigo y hemos bebido un poco ―¿por qué no iba a contarle aquello al policía? Él sólo era una persona que se dirigía a su casa. En el fondo debía dar gracias porque aquellas personas pasaran noches en vela para que él pudiera llegar a casa tranquilamente―. ¿Puedo seguir? ―preguntó inclinándose ligeramente hacia delante, convencido de que aquella sonrisa era una señal de conformidad y despedida.

―Un momento ―dijo el rostro de forma tajante mientras volvía ligeramente la vista hacia el interior del coche. Aquella sonrisa cambió por una extraña mueca.―¿Dónde vive su amigo?― preguntó volviendo a dirigir su atención hacia él.

― Allí ― contestó señalando en dirección contraria―. En la calle de Max Aub.

El rostro volvió a quedarse mudo, dirigiendo las cuencas de sus ojos hacia él. La cabeza parecía colgar del marco de la ventanilla. Sus labios volvieron a apretarse, pero en esta ocasión él tuvo la sensación de que había hecho mal al interpretar aquel gesto como una sonrisa la primera vez.

― Bueno ―comenzó él tratando de romper el silencio―. Buenas noches ―y nuevamente volvió a bascular su cuerpo hacia delante con intención de continuar su camino.

―Un momento ―volvió a repetir la cabeza, tras la cual una figura pareció agitarse incómoda―. ¿Me permite su documentación?

Decidió que debía mostrarse distendido, demostrar que no tenía nada que ocultar, así que sacó la cartera de su bolsillo y avanzó hacia el coche de policía con el DNI en la mano. Era obvio que algún motivo debían tener para mostrarse de aquella manera, habrían visto algo recientemente que les habría hecho desconfiar de un extraño que caminaba solo, algo borracho, a las cinco de la mañana.

Una mano apareció entre la cabeza y la puerta del coche y cogió la tarjeta plastificada que le tendía. El policía la cogió pero ni tan siquiera la miró; en cambio, seguía con la vista fija en él. De pronto quiso salir de allí, escapar corriendo, no le importaba que tuvieran su DNI y pudieran localizarle en cuestión de minutos. Pero su cuerpo no le respondía, algo le ataba a aquella situación. Quizá la autoridad que ejercía sobre él aquella sirena apagada, o quizá la mirada vacía que le hipnotizaba.

Hizo ademán de volver a coger el DNI, pero la mano del policía fue más rápida que la suya y lo apartó repentinamente. Entonces él, sin pensar, giró sobre sus talones y comenzó a caminar. El coche empezó a avanzar al mismo ritmo. De la ventanilla colgaba aquella mano, con su DNI sujeto, y la cabeza que le observaba con los labios apretados.

―¿Vas a subir al coche? ―le preguntó la cabeza.

Entonces, procedente del interior del automóvil, oyó una risilla aguda que le heló la sangre. Sus pasos se precipitaron en una carrera frenética. El coche aceleró persiguiéndole por la carretera a su misma altura. Giró en una calle mientras el auto lo perseguía sin encender la sirena y con aquella cabeza colgando de su lateral. Volvió a girar otra esquina y luego otra. Después corrió calle abajo y, sin saber muy bien lo que hacía ni donde se encontraba, saltó una verja metálica. Corrió mientras el sudor le enfriaba la espalda. Luego saltó otra verja y se introdujo como pudo por un estrecho hueco que dejaban los tabiques de dos casas.

La calle volvía a estar en silencio. Únicamente se oía su respiración entrecortada. Se limpió el sudor de la frente mientras se giraba a mirar por dónde había venido. Era imposible que lo hubieran seguido: un coche no cabía por ninguno de aquellos sitios. Respiró profundamente y giró sobre sus talones para marcharse.

Tropezó porque se giró demasiado deprisa. Porque miró hacia atrás en lugar de hacia delante. Porque al no tener la sirena encendida nada delataba al coche de policía.

― ¿Vas a subir al coche?

FIN

Enrique Forniés Gancedo


Gracias por leer este relato.
Si quieres saber algo más acerca de mis libros, haz clic aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario