jueves, 11 de junio de 2009

Sin argumentos

─¿Y puede decirme qué es lo que ve aquí? ─preguntó el fiscal levantando la mano─. ¿Quiere decirle al jurado qué es lo que en estos momentos estoy sosteniendo en mi mano?

El acusado se inclinó sobre el estrado y entrecerró los ojos tratando de agudizar la vista. El enérgico gesto del fiscal había provocado un profundo silencio en la sala.

─ Creo... ─balbuceó el acusado inclinándose un poco mas ─. Creo que se trata de un palo tan grande como mi dedo índice ─ concluyó al tiempo que levantaba un dedo de su mano derecha.
El juez se inclinó también para comprobar la veracidad de las palabras del acusado.

─ ¿Y no ve algo más? ─Insistió el fiscal salpicando sus palabras de sarcasmo─. ¿No ve algo más en este palo?

─Que tiene una ranura que lo atraviesa de lado a lado...

─¡Exacto! ─se giró hacia el juez con aire triunfal, el palo todavía levantado en el aire─. ¡Porque ésto no es un palo sino un mango, el mango de un arma, de una navaja! ¡Y exactamente... ─se detuvo un momento para tomar aire ─ se trata del mango del arma homicida!

Un murmullo comenzó a saltar por entre los asistentes. Cabeceos de asentimiento. Gemidos de complacencia. Frases cortas de aprobación.

─ ¿De qué arma? ─preguntó repentinamente el acusado.

─¿Como que de qué arma? ─estalló el fiscal girándose para encararse con el otro─. ¡Del arma que uso para cometer el asesinato! ¡En ella quedaron impresas sus huellas dactilares!

─Yo sólo veo un palo ─afirmó impertérrito─. Un palo con una ranura en medio.

─¡Así es! ─aulló el fiscal mientras bajaba la mano para señalarle con el presunto mango─. ¡No ve más que ésto porque usted mismo se encargó de romper el arma en varios pedazos tras cometer el crimen!

─Qué tontería ─rezongó el acusado recostándose sobre el sillón con un suspiro─. Eso es un palo. Hace falta ser tonto para no verlo.

─Guarde el debido respeto ─intervino repentinamente el juez.

─Gracias señoría ─luego el fiscal volvió a girarse hacia el acusado recuperando su enérgico tono de voz ─. ¡No señor! ¡Esto es la navaja con la que asestó veinticinco puñaladas a una persona indefensa!

─Le repito que eso no es una navaja ni ningún tipo de arma ─insistió gélidamente el otro.

Entonces el fiscal giró sobre sus talones, dando la espalda al juez y al acusado, y dirigió sus pasos hacia la mesa donde se encontraba su ayudante. Con un gesto le indicó que abriese el maletín que descansaba sobre la mesa. Después cogió un objeto y volvió nuevamente a girarse.

─¿Y ésto? ─preguntó nuevamente mientras levantaba el objeto que acababa de recoger─. ¿Es esto un palo?

─No señor ─contestó el reo repitiendo las mismas acciones que en el caso anterior ─. Eso es un trozo de chapa.

─¿Un trozo de chapa? ─repitió cargando sus palabras de burla mientras se giraba hacia el jurado─. Dice que ésto es un trozo de chapa ─ y agitó el brillante objeto ante la atónita mirada de varias personas que parecían no entender nada.

─Así es.

─Ésto... ¡Ésto...! ─enfatizó girándose hacia el acusado y agitando la mano cada vez más violentamente─. ¡Ésto es parte de la hoja de esta navaja que utilizó para asestar veinticinco puñaladas a un pobre ser humano indefenso!

─¡Pero no es más que una chapa! ─replicó con cierto tono de desesperación y dirigiendo una mirada de soslayo al juez.

Los murmullos entre el tribunal comenzaron nuevamente a ascender. Algo estaba pasando pero nadie sabía explicarlo. Eran conscientes de que algo andaba mal en alguna parte de la exposición del caso, pero el error se les hacía ilocalizable. Parecía que el fondo del asunto se había convertido en una sima.

─¿Y qué me dice de la sangre de la víctima encontrada sobre este metal? ─concluyó el fiscal con una sonrisa lobuna─ Muy señor mío... no trate de engañarnos, tenemos ante nosotros el arma del crimen, la navaja con la que mató, con la que asesinó, a aquel pobre e indefenso ser humano.

─Yo no engaño a nadie ─rechazó─. Lo único que pido es que el fiscal deje de inventarse cosas. Aquí no hay navaja, no hay nada a lo que se le pueda llamar así, y mucho menos “arma del crimen”.

─¿Acaso pretende negar las pruebas? ¡El mango de la navaja con sus propias huellas dactilares! ¡El filo de la navaja con manchas de sangre de su víctima! ¡Qué más hace falta en este país para condenar a un hombre!

─Deje de decir que tiene una navaja ─dijo mientras realizaba un gesto como si apartara algo con la mano─. No intente confundir al tribunal. Lo único que nos está enseñando es un palo y un trozo de chapa. Es posible que en el palo estén mis huellas ¡Qué demonios! ¿Y en cuántos sitios más estarán? ¿Y qué sé yo de un pedazo de chapa manchado de sangre? ¡Deje de inventar cosas! ¡Deje de decir que tiene aquí una navaja!

Los miembros del jurado dirigieron inmediatamente su mirada hacia el fiscal. Un chirrido pegajoso indicó que el juez se agitaba inquieto en su sillón de cuero. Todos buscaban en el rostro del fiscal el contraargumento a las palabras del reo.

─¿Quiere decir que lo que estoy mostrando esta mañana tanto a usted como al señor juez así como a los miembros de este respetable jurado no es una navaja?

─¡Claro que no lo es!

Alguien del jurado carraspeó.

─¿Quiere decir entonces que la prueba del delito no existe?─ Por favor ─ el acusado se detuvo, se frotó la cara con las manos y tomó aire ─. Lo único que le estoy pidiendo es que no invente nombres para las cosas. Nos está diciendo que posé el arma homicida, pero no hace más que mostrarnos un palo y un trozo de metal.

─¿Y pretende acaso negar que eso que usted llama “un palo” es el mango de una navaja?

─¿Qué pruebas tiene de ello?

El sillón del juez volvió a emitir el mismo chirrido inquieto.

─¿Cómo?

─¿Qué pruebas tiene de que ese palo con una rendija que lo atraviesa de lado a lado sea el mango de una navaja? No es el mango de ninguna navaja porque no está unido a ninguna hoja de navaja. Eso que usted nos muestra es un palo. Y eso otro un trozo de chapa. Deje de inventar lo que no hay. ¿Que uno tiene huellas dactilares? ¿Que otro tiene sangre? ¿Y qué? ¿Qué demuestra eso si no hay navaja?

Entre los miembros del jurado hubo tanto intercambios como robos de miradas preocupadas. Mientras, el juez sostenía el martillo por el mango observándose la mano. Hubo un silencio. Después algunos rumores. Los intercambios de opiniones entre fiscal y acusado consiguieron dar alguna vuelta de tuerca más al asunto. El jurado se retiró a deliberar y a las dos horas el juez dictaba sentencia. El reo dejaba de serlo y al día siguiente abandonaba las dependencias policiales.

Todas las piezas encajaban, pero unirlas había resultado imposible.

FIN

Enrique Forniés Gancedo

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